lunes, 18 de marzo de 2024



Novela de ciencia ficción de 1926 que relata las peripecias de una joven estadounidense en Centroamérica donde intenta desbaratar una conjura que pondrá en jaque el futuro de la humanidad a través del uso de un arma geofísica.
 

martes, 7 de junio de 2022

Los gauchos bolaceros del chacarero y escritor Benedicto Soldavini

Compartimos la nota escrita por Lautaro Ortiz y publicada el pasado domingo 5 de junio en el diario Página 12:


Curioso de las ciencias, del esoterismo y la ciencia ficción, y colaborador de revistas como "Vea y Lea" y "Pampa Argentina", su obra temprana se inscribe dentro de una gauchesca bizarra, cercana a Wimpi y Don Verídico, publicada un siglo atrás. 

Por Lautaro Ortiz


A Wimpi se le debe la temprana, fácil y sencilla aclaración acerca del frecuentado término “weird gaucho”, variante local del “weird western”, es decir, algo así como la aparición inconcebible de un hecho fantástico-sobrenatural en zonas rurales argentinas. Para el humorista uruguayo la historia no se trata más que de “literatura de gauchos bolaceros”, es decir, historias improvisadas hasta la exageración para ser compartida en las mesas tambaleantes de una pulpería, alrededor de un pobre fogón, en una comisaría sin presos o junto a un vaso de caña una noche de velas, con el objetivo de mitigar por un rato la soledad, la pobreza y el tedio del paisaje. Cuentos que siempre arrancan por algo realmente “sucedido” e indefectiblemente terminan “en la más fantástica de las patrañas”. Pero ojo, esas patrañas no son simples historias, debajo del poncho suelen ocultar una crítica filosa contra los dueños de la tierra.

La literatura de gauchos bolaceros aparece de tanto en tanto y casi siempre como referencia detectivesca entre quienes detectan huellas en ciertas corrientes de la narrativa moderna, léase páginas de Roberto Bolaño, César Aira o Alberto Laiseca, y no más. El silencio editorial, acompañado de cierto desprecio, acaso por su vecindad con el cuento humorístico, el chiste y la picardía popular, convirtió a esta forma de relato en un fenómeno para melancólicos. Por suerte para nosotros esos melancólicos (como Mariano Buscaglia de Ediciones Ignotas y Dolores García de ediciones El Ramo) forman parte del pujante universo de las editoriales independientes que, contra cualquier especulación económica, llevan adelante una tarea de recuperación y de preservación de esos bordes incómodos en la costura de la memoria literaria argentina.

En este caso se trata de la aparición de los reveladores Cuentos de Baliño del narrador y chacarero Benedicto Antonio Soldavini uno de esos tantos creadores invisibles de la patria que supo hacerse un nombre a fuerza de artículos para diarios y revistas importantes (La Nación, Vea y Lea o Pampa Argentina) durante la primera mitad del siglo XX, publicaciones donde desarrolló desde temas gauchescos hasta reflexiones sobre la energía atómica, los avistajes extraterrestres e, incluso, artículos con tufo a denuncia sobre “la pérdida de la tierra en manos de los grandes latifundistas”.

Baliño es un viejo solitario, frecuentador de ranchos y pequeñas estancias que siempre anda con ganas de hablar con los que trabajan la tierra de sol a sol. Ni bien alguien le pregunta algo o alguna situación le recuerda otra, él desembucha un recuerdo de su juventud donde todo es posible, incluso que los caballos vuelen. “¿Creen que digo mentiras?”, dice. Pero Baliño no es un loco, o en todo caso su locura tiene una historia que podría arrancar por Los cuentos del Viejo Quilques de Santiago Maciel (1928), y seguir luego con los Cuentos de Don Claudio Machin (1947) y Cuentos del Viejo Varela (1953) ambos de Wimpi, e incluso bifurcaciones como, por ejemplo, los Cuentos de Don Verídico (1978) del uruguayo Julio César Castro (Juceca), personaje que luego retomó hasta el mismísimo Landrisina.

El viejo Baliño apareció por primera vez en 1928 en la sección dedicada a los niños de la revista Pampa Argentina, publicación especializada en temas rurales. Sus historias encontraban en el público infantil la necesaria suspensión de la incredulidad para aceptar que un hombre con lazo, boleadoras, poncho y un facón más o menos filoso pudiera ser capaz de enfrentarse no sólo al mismísimo diablo sino también a una naturaleza que para demostrar su poderío puede lanzar al desprevenido, por ejemplo, arañas gigantes. Este cuentero, que a veces aparecía dibujado en las páginas de la revista junto a la carita de niños felices, fue presentado por la publicación a los lectores de la siguiente manera: “Baliño era un viejo criollo que en torno a los fogones camperos o en cualquier ocasión, un alto en los trabajos de rodeo o una mateada en la esquila, por ejemplo, refería historias fantásticas, sucesos extraordinarios ocurridos durante su larga vida. Bastaba que alguien le pidiera que contara algo para que relatara, con admirable aplomo, algunos de sus cuentos”, y el texto terminaba por afirmar: “En varias regiones a donde llegó él o su fama, su nombre se utiliza para entender que es exagerado o increíble lo que se cuenta. ‘Es cosa de Baliño’ o ‘Es cuento de Baliño’, significa que lo que se requiere tiene mucho, sino todo de lo fantástico y religioso”.

En los 27 relatos que conforman Cuentos de Baliño las proezas de este gaucho –del que nadie tiene certeza de su existencia– son dignas de recordar: en su juventud fue capaz de domar una langosta tan grande como un toro; desollar un lazo tan extenso como fuerte para sujetar y volver a su sitio el techo de un rancho arrancado por una feroz tormenta; rescatar a una “güena moza” de una turba de caníbales aparecidos sin mayor explicación luego de una gran lluvia; descubrir el misterioso relleno de unas empanadas que hacen levantar a los esqueletos hambrientos del cementerio; alargar un arroyo con sus filosas espuelas y hasta ahogar a un malón entero, caballos e indios, en un charco.

“Si existió o no es un dato menor, lo importante de Baliño es, en comparación con sus cultores, que él representa al gaucho más bolacero de todos los gauchos, con un poder extraordinario de imaginación, exageración y una audacia que le permitía recurrir, por momentos, a lo escatológico. El viejo Baliño, que no deja de ser un cliché conocido del folklore y de la literatura rural, es un espíritu libre que se mueve en un escenario todavía no regido por la avaricia terrateniente, anda en un territorio a punto de ser conquistado y luego perdido en manos de los dueños de la tierra”, afirma el investigador Mariano Buscaglia y quien iluminó la obra de Soldavini (olvidada durante décadas) en el excelente estudio que precede a la edición de Cuentos de Baliño, a tal punto de demostrar que aquella frase asociada a David Viñas, dueños de la tierra, fue una muletilla constante en la prosa del narrador chacarero.

“Mi primer contacto con Soldavini fue de casualidad mientras hurgaba en los anaqueles de una librería de viejo sobre la Avenida Corrientes. Ahí me encontré con un pequeño librito, prácticamente un folleto, de una hechura muy primitiva, titulado Cuentos de Baliño. Me llamó la atención el año, 1932, el hecho de que se tratara, a todas luces, de una autoedición y que su temática fuera la gauchesca. Lo compré, lo leí y a partir de ahí me desesperé por conocer más sobre el autor. Así me enteré que editó en Pampa Argentina, originalmente, los primeros relatos de Baliño que después completó en ese volumen impreso junto a otros inéditos”, cuentos que la revista, aparentemente, no accedió a publicar por su fantasía desbordante. Bucaglia comenta además que mientras los editores de Pampa Argentina llegaron a equiparar las mentiras de Baliño a las del Barón de Münchhausen, para el investigador bien podría vinculárselo también a las hazañas del legendario Pecos Bill, aquel “vaquero cuyas proezas ayudaron a conformar la topografía mítica del lejano oeste americano” ya que Baliño al igual que aquellos mitos del oeste pertenece a esa raza de “personajes capaces de realizar hazañas sobrehumanas y cuyas aventuras, paródicas y legendarias, pueden interpretarse como eslabones perdidos entre los mitos clásicos y los superhéroes modernos”.


Tampoco es casualidad que quienes escuchan a Baliño, o quienes le reclaman al viejo nuevas patrañas, siempre sean los laburantes de la tierra y nunca, claro, los dueños de las estancias: “Es que el relato de campo no era algo compartido con los patrones, gente criada en la ciudad. Los relatos de campo se contaban en las rondas nocturnas dentro o fuera de los ranchos o durante la siesta, donde los viejos relataban los ‘sucedidos’ o rememoraban viejas hazañas, infladas y exageradas adrede. De hecho, yo mismo recuerdo a unos paisanos de los pagos de Mar del Sur, que conocía mi tío Enrique Breccia, que nos contaban con absoluta seriedad y con buena fe cómo las ballenas, durante los meses de invierno, atravesaban un arroyo en el que a duras penas podían nadar unas mojarras. Es la forma que tienen o tenían las personas de campo adentro de romper con la monotonía pampeana. Mentira y fantasía son, en estos casos, sinónimos equiparables. Una buena mentira es bien recibida porque destruye esa sensación de eternidad que parece transmitir, con algo de desesperación para el ser humano, la geografía pampeana. Y en el caso de Baliño, hay que tener en cuenta que Soldavini fue un enemigo declarado de los terratenientes y de las leyes que los favorecían. Fue su cruzada personal durante toda su vida y, prácticamente toda su obra, está atravesada por esa obsesión”, reflexiona Buscaglia.

Benedicto Antonio Soldavini nació en 1900 en Benito Juárez pero vivió hasta su muerte en 1966 en el pueblo De la Garma, partido de Gonzalo Chávez, en la provincia de Buenos Aires. Autodidacta, curioso de las ciencias, del esoterismo y de la ciencia ficción, fue un acérrimo defensor de la vida campesina y de la propiedad en manos de quienes la trabajan. Su vida y obra desde hace años ingresó en el cono de luz de los mitos, atribuyéndole, incluso, rasgos adivinatorios que van desde el acierto del precio futuro de las alpargatas hasta la escritura de artículos acerca de las consecuencias de las bombas atómicas que ninguna revista le quiso publicar por la sencilla razón que aún faltaban dos décadas para que Truman diera la orden de lanzar el horror desde el aire.

Soldavini, que alternó su vida entre las chacras y la escritura (dicen que leía seis libros por semana) frecuentó la escritura en publicaciones periódicas no sólo para subsistir, sino para darle impulso a su obra que está desperdiga mayormente en las páginas amarillas de las revistas de la época. Pese a eso editó el ensayo La cuestión rural (1928), la obra teatral El drama de la tierra (editado por Tor) y escribió una novela de largo aliento titulada Agua entre los dedos (1956) que no llegó a publicar en vida y que, tras años de custodia de sus familiares, acaba de ser editada por el sello El Ramo de Dolores García.

“Me interesó la opinión que plantea en esa novela sobre una producción agrícola responsable, capaz de proporcionar alimento y trabajo sin enriquecer a unos pocos, un tema que obsesionó a Soldavini”, dice la editora que no deja de sorprenderle alegremente el hecho de que el lanzamiento de la novela del chacharero coincida con la edición del rescate de Cuentos de Baliño por Ediciones Ignotas (ambos obtuvieron una beca del Fondo Nacional de las Artes), ya que de esta manera, se completa de algún modo el universo literario por el cual anduvo Soldavini durante sus años de escritura.

Si con las historias de Baliño encontró en el elemento fantástico una manera de retratar la necesidad del hombre rural de imaginar otro mundo, en la novela pone en juego ya sin disfraces sus contradictorios pensamientos políticos sobre las democracias, el imperialismo y “el populacho” –la novela fue escrita en el 1956–, mientras relata la aventura entre la ciudad y zonas rurales y la manera en que una familia debe enfrentarse y sobrevivir a la dura vida de la tierra. “Lo más notable es que Soldavini era, a todas luces, un tipo con un espíritu y una filosofía muy positivista o cientificista, por lo que la imaginación que enarbola en sus relatos es equiparable, en alguna medida, a la que usaba Lovecraft que también era un escéptico y un descreído. Pero no era a través de la razón que sus personajes trascendían, sino a través de la simbología fantástica. En el caso de Soldavini, da la impresión de que la fuente del poder de su personaje siempre es la fuerza telúrica, el poder de la tierra, que también es el objetivo final que defiende el autor en su novela póstuma. Así que si bien, los Cuentos de Baliño son puro weird-gaucho, detrás de esa exageración hay un propósito que es defender el bien más valioso que tiene el ser humano: el terruño, primer y último bastión de la vida, según el autor”, concluye Mariano Buscaglia.

miércoles, 11 de mayo de 2022

¡Nuevo lanzamiento! Cuentos de Baliño de Benedicto A. Soldavini


Compilación de los cuentos publicados, entre 1928 y 1932,  por el autor originario del pueblo de De La Garma, parte de los cuales se difundieron en la revista PAMPA ARGENTINA. 
La temática y el estilo de estos cuentos —por su audacia, delirio y libertad— prefiguran la literatura en la que luego ahondarían autores como César Aira, Alberto Laiseca o Sergio Bizzio. 
Puro weird gaucho, este libro relata las aventuras del paisano Baliño que, entre sus muchas proezas, debe domar unas langostas gigantes, enfrentarse con el Mandinga, enlazar luces malas o al mismísimo don Tiempo y realizar decenas de otras peripecias que demuestran la capacidad del hombre de campo para vivir de su imaginación. 
Benedicto Antonio Soldavini (1900-1966) fue un chacarero del partido de González Chaves que colaboró profusamente con diarios zonales y revistas de enorme difusión como Pampa Argentina, Vea y Lea o el diario La Nación.
Sus obsesiones fueron desde la lucha contra las políticas de los terratenientes, la ciencia agraria, la literatura greco-latina, la bomba atómica y hasta, incluso, los platos voladores.

El libro posee los 27 cuentos del autor garmense publicados en el inhallable volumen publicado en 1932. También sumamos las ilustraciones originales aparecidas en la revista Pampa Argentina durante 1928 y 1930.
Le sigue un anexo con otros cuentos del autor y sus artículos más llamativos.

Además posee un estudio introductorio sobre el Benedicto A. Soldavini, su obra y obsesiones, y sobre la revista Pampa Argentina (profusamente ilustrado con imágenes a color).
El volumen cuenta con 220 páginas en papel ahuesado. Ilustraciones a color y tapas con solapas.



 Puede adquirirlo escribiendo a: https://www.facebook.com/ediciones.ignotas (precio promocional).

Mercado libre o, muy pronto, en librerías amigas.

domingo, 7 de noviembre de 2021

Nota en Página 12/ Lautaro Ortiz

Compartimos con los lectores la bellísima nota que escribió el querido amigo Lautaro Ortiz para el diario Página 12 el pasado 24 de octubre (aquí pueden leerlo directamente).


La recuperación de "Cinco hombres en Marte"


Por Lautaro Ortiz


En agosto de 1941 en las cercanías del Dique San Roque, el potentado Silvio Villanueva ordenó la construcción de un artefacto de acero con forma de bala, tres misteriosas puertas y diversos alerones. Bautizó a la máquina “Argentina” y fue la admiración de todo el pueblo. El 14 de ese mismo mes, el financista y cuatro tripulantes jóvenes partieron estruendosamente hacia el cielo gracias a la propulsión de dos enigmáticos combustibles: el Genilo y el Alenita. Pero fue recién el 26 de febrero de 1943 que el semanario Figuritas, la revista del escolar en su N° 346 publicó la verdadera historia de aquel fatídico viaje de los primeros cordobeses en levantar el polvo rojo de Marte.

Obra de ficción del lunfardista y poeta Fernando Hugo Casullo (expulsado de la Academia Argentina del Lunfardo y borradas sus huellas, tras una disputa, por orden de un vengativo José Gobello) la novela Cinco hombres en Marte –por primera vez recuperada y publicada en formato libro a través de Ediciones Ignotas– fue escrita con un único propósito: entretener a los transpirados lectores durante el largo receso escolar del ’43, año que marcó el auge de las publicaciones ilustradas y de arte en Argentina, y fue uno de los puntos más altos de exportación de libros y folletos nacionales.

En ese propicio contexto editorial aparece la obra de Casullo que hoy, como señala el prologuista Pepe Muñoz “a falta de otros antecedentes”, puede considerarse la primera novela de la ciencia ficción interplanetaria moderna escrita en nuestro país. Moderna en relación al espíritu que la anima, es decir, de aventura pura, peripecia tras peripecia, sucesión de acciones sin escalas reflexivas –satíricas o de crítica social– a la que tanto apelaron los fundadores del género como Viaje maravilloso del señor Nic-Nac de Holmberg u otros textos de principios del 1900.

Casullo evitó los ripios y fue al grano. Era consciente del medio y del modo de publicación: Figuritas competía en temas didácticos con la mítica Billiken y el novelón debía caber en una sola entrega a cuatro columnas de apretada tipografía. Para evitar la somnolencia lectora el autor optó por capítulos breves y una escritura simple que, además, se apoyaba en las poderosas ilustraciones del virtuoso Manuel Alejandro Martínez Parma (dibujó para La Razón, y para la colección Robin Hood). En Figuritas se destacaban, entre otros, Carlos Clemen con su tan nombrada historieta Urania y Pedro Gutiérrez que ya había hecho para Cara Sucia en 1940 la increíble Hacia mundos extraños (rescatada recientemente por el escritor y editor Mariano Buscaglia) donde se narra al modo del historietista norteamericano Alex Raymond la primera invasión de insectos extraterrestres que descienden y destruyen la calle Florida. Esta obra de Gutiérrez, que anticipó en 17 años a la invasión de El Eternauta, fue leída sin dudas por este nuevo Casullo que se suma a la literatura visible argentina.

A diferencia de otras novelas del género, Casullo nunca permitió que los cinco cordobeses hicieran turismo en el planeta rojo: los enfrentó a dinosaurios, los hizo cruzar una selva inimaginable, los puso a correr desesperados ante la aparición de arañas de pelaje rojo, los mandó a lidiar con murciélagos de tres metros de alto, a trabajar a la par con la comunidad marciana en plena evolución (que tristemente tomara los mismos y nefastos caminos que la sociedad humana), y les ordenó descifrar dos papiros antiguos que revelaban la existencia años antes de los egipcios que habrían surcado el espacio a bordo de unas naves metálicas con forma de aceitunas.


El tufo pesimista se acentúa cuando la troupe argenta, tras cinco años de convivencia cordial con la tribu marciana, empieza a añorar el terruño y deciden emprender el regreso. Mientras realizan los preparativos logran una inédita comunicación con la Tierra gracias a unas torres eléctricas marcianas que provocaban “una contradicción en las leyes de la conductibilidad”. Así se enteran que en la Tierra los esperan: “Desde el observatorio particular de mi villa en Buenos Aires, he seguido vuestro viaje y ahora soy feliz al captar vuestros mensajes. Seguid transmitiendo. Un amigo os escucha”. Se trata de Rodolfo Meyer una suerte de radioaficionado que los insta, “en nombre de los sabios del mundo entero” a volver y dar a conocer lo visto”. Los cordobeses felices apuran el retorno pero llega el desastre. Una gran ola de agua marciana sacude el planeta y barre con todo, incluso con los tripulantes del cohete-bala “Argentina”.

Cualquier reproche en cuanto al modo de narrar (la prosa) tiene su contrapeso con la imaginería desbordante que puso en juego Casullo, y su habilidad para hacer que las dudas del lector (¿qué pasó? ¿qué eso?) se conviertan en preguntas innecesarias. No hay tiempo para lectores incrédulos. Y el final abrupto, inesperado, acaso sea un gran hallazgo de Casullo.

Algo de esto también observa en un extenso y riguroso estudio el ya mencionado Muñoz: “La presura de su redacción y la nula revisión por parte del autor casi la deja en el estado de un bosquejo, lo cual, no necesariamente, le juega en contra. El texto mantiene una frescura y un ardor juvenil casi primigenios. No es la mejor novela de género escrita en nuestro país, ¿pero qué novela necesita ese adjetivo para ser recordada?”.

La constante exhumación de obras publicadas originalmente en revistas de kioscos durante el período comprendido entre 1940 y hasta poco más allá de 1955, no se explica sólo analizando la huella Durkheim, también es necesario señalar el gran salto ejercido por el mundo del coleccionismo que comprendió la ventaja de trocar “acopio” por “memoria”. Junto al espíritu renovador que impusieron las editoriales independientes –ese saludable desparpajo de publicar lo que se les canta–, el coleccionismo hoy completa en cuanto a la cultura del folletín y a la imaginería de las rotativas, el vacío existente en las instituciones de resguardo cultural, las cuales fueron atacadas por la maquinaria Libertadora.

Por eso la revisita a obras como Cinco hombres en Marte no debe considerarse hallazgo o mera curiosidad bibliográfica, sino parte de un iceberg fenomenal que está exigiendo reformular ciertos criterios académicos historicistas en cuento a la genealogía, desarrollo y muerte de una diversidad de géneros y subgéneros literarios. Esta publicación así lo demuestra.